La llegada de Felipe V en 1700, tras la Guerra de Sucesión Española, supuso un cambio significativo en la estructura del poder. La consolidación del absolutismo borbónico implicó un intento de centralizar el gobierno y reducir la influencia de las instituciones tradicionales, entre las que se encontraba la nobleza. Sin embargo, esta nobleza, y en particular los duques, no se dejaron amedrentar. Muchos de ellos poseían vastas extensiones de tierra y un considerable poder económico, lo que les permitía mantener una voz en la esfera política, a pesar de los esfuerzos del rey por limitar su influencia.
Los duques del siglo XVIII no eran meros aristócratas dedicados a la caza y al arte. Su participación activa en la política fue esencial durante este periodo de transformaciones. Muchos de ellos desempeñaron roles cruciales en la administración pública y el gobierno local. La figura del "virrey" en las colonias y en algunas regiones de la península era a menudo un noble, y los duques no eran la excepción. Esto les permitía ejercer un control significativo sobre territorios, así como influir en decisiones estratégicas que afectaban tanto a la península como a los vastos dominios de ultramar.
Un caso emblemático es el Duque de Medinaceli, que durante el reinado de Felipe V se convirtió en uno de los nobles más influyentes de su tiempo. Medinaceli no solo fue un destacado miembro de la corte, sino que su familia mantenía lazos estrechos con la corona. Su participación en la política se extendió a la gestión de los intereses de la nobleza y la defensa de su estatus frente a las reformas borbónicas que amenazaban con debilitar su poder. A través de una combinación de lealtad a la corona y defensa de sus privilegios, los duques lograron navegar las aguas turbulentas de la política borbónica.
Otro aspecto fundamental de la participación de los duques en la política del siglo XVIII fue su involucramiento en el impulso de las reformas ilustradas. A medida que el pensamiento ilustrado comenzaba a extenderse por Europa, muchos nobles españoles se sintieron atraídos por las ideas de progreso y modernización. Los duques, en particular, comenzaron a adoptar y promover iniciativas que reflejaban estos ideales. La creación de academias, la promoción de la educación y el patrocinio de las artes eran manifestaciones de su compromiso con el avance cultural del país. La figura del duque se convirtió así en un símbolo de la modernidad, al tiempo que se mantenía la estructura tradicional de poder que caracterizaba a la nobleza.
Sin embargo, no debemos olvidar que la participación de los duques en la política no fue un fenómeno homogéneo. Las relaciones con la corona y entre los propios nobles eran a menudo tensas. En ocasiones, las rivalidades entre diferentes casas nobiliarias se traducían en conflictos directos con la monarquía. Por ejemplo, la familia Álvarez de Toledo, duques de Alba, tuvo una relación complicada con los Borbones, especialmente durante el reinado de Carlos III, un monarca conocido por su inclinación hacia las reformas y su deseo de reducir la influencia de la nobleza.
Durante este periodo, los duques también jugaron un papel relevante en la política regional. En una España tan diversa y heterogénea, la influencia local de la nobleza era crucial para la gobernanza. En regiones como Cataluña y el País Vasco, los duques mantenían una relación directa con las instituciones locales y las juntas de gobierno, lo que les permitía ejercer un control significativo sobre los asuntos regionales. Asimismo, la creación de los "consulados" en las colonias, donde muchos duques estaban involucrados, les permitió tener una voz en la política comercial y en la regulación de la economía colonial.
No obstante, el siglo XVIII no estuvo exento de conflictos que alteraron el panorama político. La Guerra de los Siete Años (1756-1763) tuvo repercusiones en la política interna española y en la relación con la nobleza. A medida que el conflicto se extendía, la corona buscó financiar sus campañas militares, lo que a menudo resultó en aumentos de impuestos que afectaron negativamente a la clase nobiliaria. En este contexto, los duques comenzaron a agruparse y a hacer valer sus intereses ante la corona, creando una dinámica de negociación y confrontación.
La figura del "despotismo ilustrado" también se hizo evidente en este periodo. Carlos III, considerado uno de los monarcas más destacados de la ilustración en España, intentó implementar reformas que modernizaran el país. Sin embargo, su enfoque a menudo chocaba con los intereses de la nobleza. Los duques, aunque muchos apoyaban las ideas ilustradas, eran reticentes a ceder su poder y privilegios. La tensión entre el deseo de modernización y la defensa de los estatus tradicionales se convirtió en un eje central de la política de la época.
En el último tercio del siglo XVIII, la Revolución Francesa introdujo un nuevo elemento de incertidumbre en la política española. El eco de las ideas revolucionarias sobre la igualdad y los derechos del hombre resonó en la nobleza y en la sociedad en general. Los duques, al igual que otros miembros de la aristocracia, se sintieron amenazados por estos cambios, lo que llevó a algunos a posicionarse como defensores de la monarquía y del orden establecido. Sin embargo, otros, en un intento por adaptarse a la nueva realidad, comenzaron a explorar cómo podrían integrar los principios de la ilustración y de la revolución en sus propias prácticas políticas.
La Revolución Francesa y el posterior ascenso de Napoleón Bonaparte marcaron el final de un periodo y el inicio de otro, donde la nobleza española, incluidos los duques, se vería obligada a redefinir su papel en una España en transformación. Los acontecimientos de 1808, que llevaron a la invasión napoleónica y a la posterior guerra de independencia, demostrarían que la nobleza y la corona tendrían que navegar en un mar de incertidumbre y cambio.
En conclusión, la participación de los duques en la política española del siglo XVIII fue un fenómeno complejo y multifacético. Desde la defensa de sus privilegios ante la corona borbónica hasta su involucramiento en las reformas ilustradas, estos nobles jugaron un papel crucial en la configuración del paisaje político del periodo. A medida que el siglo avanzaba, la tensión entre el deseo de modernización y la defensa de los intereses tradicionales se intensificó, dando paso a un periodo de incertidumbre que marcaría el camino hacia la España contemporánea. La historia de los duques en el siglo XVIII es, en última instancia, una historia de adaptación y resistencia, de poder y cambio, que nos permite comprender mejor el tejido cultural y político que conformó la España de ayer y su legado en el presente.