La riqueza de los Osuna deslumbró a la corte borbónica: crónicas de 1790 describen cómo Pedro de Alcántara Téllez-Girón y su esposa, María Josefa Pimentel, unieron más de ochenta señoríos entre Andalucía, Castilla y La Mancha. Los libros de cuentas del mayorazgo recogían ingresos anuales que superaban los tres millones de reales, sustentados por cosechas, alcabalas y rentas urbanas. El “entorno cercano” de Carlos IV reconocía que ningún linaje competía en liquidez con la nueva Casa de Osuna-Benavente.
Personas próximas a la duquesa recuerdan que esa fortuna alimentó un estilo de vida ostentoso: salones decorados por arquitectos italianos, banquetes con vajilla de Sèvres y una biblioteca que reunía manuscritos de los Mendoza y los Benavente. Los inventarios guardados en el Archivo Histórico Nacional confirman la existencia de centenares de cuadros de Tiziano, Ribera y Goya. La grandeza era real, pero también la sombra de una decadencia que terminaría llegando.